Deseando que este testimonio sea de bendición para cada hermano, que puedan entender y ver las grandezas del Señor. Todo nos ayuda a bien a los que por misericordia hemos sido llamados.
Durante un proceso de seis meses, muchas veces con tristeza, muchas veces al borde de las lágrimas y muchas a veces con lágrimas en mis ojos, y de toda mi familia, aconteció que en algún momento el Señor puso la mirada en mi familia, puso la mirada en mí y permitió que yo le pudiera conocer.
Todo comienza cuando Luz Cáceres Díaz, mi madre, muy jovencita había escuchado del Señor. Mis abuelos en el campo hospedaban muchos hermanos, 40, 60, 70 hermanos dentro de su hogar, por lo tanto en ese entonces mi abuelo pudo escuchar de la palabra del Señor. En el gran amor del Dios los hermanos como ya le conocían cuando le visitaban, fueron un día y le llevaron una Biblia de regalo, mi abuelo era de aquellos hermanos antiguos, que no se congregaban mucho, pero si tenían una fe tremenda, él comenzó y aprendió a leer dentro de aquella Biblia, por lo tanto mi mamá ya había escuchado del Señor.
Aconteció que ella se casó con mi padre Don Delfín Ruiz Morales, pasaron años, dentro de los cuales muchos tíos le predicaban de la palabra del Señor a mi madre, muchas veces, cuando estamos en el mundo y estamos negados a las grandezas del Señor, no comprendemos los reales propósitos de nuestro Cristo maravilloso.
Yo estaba muy pequeño y a mi mamá le dio un accidente vascular, donde la ciencia médica dice que muy pocas personas se pueden salvar a la edad de mi mamá, pero al Señor le plació dejarla con vida, de un cien por ciento de su memoria quedó con un cuarenta por ciento, de un cien por ciento de movilidad quedó con un cuarenta por ciento y quedó inválida prácticamente en un 50% de estabilidad en su cuerpo.
Cuando mi padre aún estaba vivo, vinieron unos tíos a visitarla y le dijeron Luz, te invitamos a la Iglesia, creemos que ya es momento que puedas conocer al Señor, que puedas conocer a este Dios en espíritu y en verdad. Ella acudió a esta invitación, y comenzó asistir al Anexo “Villa la Paz” de la IMPCH Talca, El Señor comenzó a obrar en su vida y yo como el más pequeño de la familia, la acompañaba.
Cuando yo comencé a ir, me agradaba mucho las alabanzas que cantaban y las palabras que hablaban los hermanos arriba en el Altar, fueron bonitas experiencias.
A los tres meses de asistir junto a mi mamá, el Señor me honra para subir al Coro Infantil instrumental, eso fue para mí una maravillosa bendición. A los tres meses siguientes, mi mamá dejó de ir a la casa del Señor, pero yo seguía alabando a mi Dios.
Después del accidente vascular de mi mamá, quedamos en una situación económica muy crítica. En aquella oportunidad yo llegué al Templo con mis pantaloncitos hechos tira y unos zapatitos rotos, me daba mucha vergüenza subir al Coro, sentarme en la banca, pero un día de rodillas le digo al Señor: Si es tu voluntad, si tú eres tan real como dicen los hermanos y como he podido verlo en mi madre que ya tiene un 65 por ciento de su cuerpo activo, puedes Tú también glorificarte y darme un pantaloncito, unos zapatitos, que los necesito para venir mejor presentado a la casa de oración. El Señor se glorificó a tal nivel y tomó un instrumento y me regaló lo que tan solo a Él le había pedido, pantalones y zapatos. Ellos nunca imaginaron que yo se los había pedido al Señor y luego como Él me había respondido, le dije, Señor si es tu voluntad podrías traer a toda mi familia, para que todos juntos alabemos tu nombre en este lugar o donde Tú quieras Padre.
Al pasar los años tuve otra gran bendición, ser integrante del Cuerpo de hermanos Jóvenes, hicimos varias giras, pero recuerdo una en especial a la amada Iglesia de Carahue. El Señor unos meses antes me había hablado que me iba a bautizar con su Espíritu Santo y con fuego celestial. A través de sueños el Señor me mostraba de cómo me iba a bautizar y yo temeroso, en aquella oportunidad cuando fuimos a Carahue, estaba expectante de lo que el Señor podría realizar en aquella Iglesia. Fue una gira maravillosa, ya nos devolvíamos y no hubo manifestación del Señor en medio de los hermanos jóvenes de Talca, pero si en los hermanos de Carahue.
Llegamos a Talca, a nuestra Iglesia y recuerdo que con el himno “Honra y Gloria” de los himnarios, Gloria al Padre eterno… subimos a la tarima central de nuestra Iglesia y fue allí cuando el Señor me sorprendió bautizándome con su Espíritu Santo, fue algo tan grande, tan tremendo, tan maravilloso, no solo yo sino que muchos jóvenes sintieron por primera vez la presencia del Señor.
En aquel momento asistió a la casa de oración mi hermano, había ido mi mamá y toda mi familia, excepto mi padre, ese día que el Señor le plació bautizarme… cuando ellos ven esa situación que el Señor me había bautizado, quedaron todos impactados porque ellos me conocían que no me gusta hacer el ridículo, no me gusta quedar en vergüenza, pero fue algo tan grande que me tomó el Señor y no podía parar, fue algo tremendo, tremendo, tremendo, caía Fuego Celestial. Se dio término al Servicio y yo no quería salirme de la presencia del Señor, algo tan tremendo… llegué a la casa y al otro día parecía que andaba pisando en alto, era algo magnífico.
Acontece el tiempo y el Señor dejó plantado a mi hermano en la Iglesia. Hoy es ayudante en el Templo Anexo donde el Señor me llamó, hasta el día de hoy el Señor me ha bendecido, así también a mi madre que Dios la sanó, pero quedaba mi padre, al pasar los años y en su lecho de muerte aceptó al Señor, me queda un regocijo en mi corazón, y sé que si soy fiel a mi Señor un día le volveré a ver.
Yo alabo a mi Señor porque Él ha tratado con toda mi familia, alabo al Señor porque ha ido sanando a mi madre paulatinamente y a mí siendo tímido de pequeño, mi mamá un día me llevó al médico y me recetaron unas pastillas muy caras para que yo pudiera hablar. Al momento que mi mamá las compró ella dijo, sabes qué, no te las voy a dar, si Dios te hizo así, así te vas a quedar. Terminé mi enseñanza media, luego fui a la Universidad, siempre fui silencioso, muy callado, pero en los caminos del Señor ha sido todo diferente, no puedo dejar de hablar de mi Señor, de hablar de mi Salvador, de aquel que entregó su vida por mí en el madero de la cruz, de aquel que me ha sanado, de aquel que me ha libertado, de aquel que me ha entregado algo tan grade que es la Salvación y la vida eterna.
El Señor me ha bendecido haciendo un programa radial, desde hablar muy poco, hoy el Señor me da palabras solo para glorificarle a Él.
Hay muchos pasando alguna dificultad, quizás solitos asisten a la casa del Señor, deseo puedan tomar aliento para servir a mi gran Salvador.
No me alcanzará la vida, me faltarán los días y los años para agradecer a mi Señor, puedo decir que desde muy pequeño estoy sirviendo a Dios pero, ha sido lo más tremendo que he podido vivir.
Testimonio de Patricio Alejandro Ruiz Cáceres, IMPCH Talca
Recopilación de información: Ester Valdebenito Rodríguez