La doctrina más distintiva de la fe evangélica es la justificación por la fe. No hay ninguna otra religión en el mundo que tenga semejante enseñanza. No solo es una doctrina distintiva, sino que viene a ser la única solución al problema más importante de la humanidad: su propia injusticia y la ruptura de su relación con el Creador.
La justificación por la fe es el camino que Dios ha puesto para establecer de nuevo la paz entre Él y sus criaturas. Es el corazón del evangelio, la buena noticia de la Biblia.
A pesar de su importancia, muchos evangélicos no son capaces de articular claramente esta doctrina.
La justificación según la Biblia
Empecemos con una definición de la palabra justificar. En el lenguaje cotidiano usamos esta palabra muchas veces para hablar de cómo nos defendemos ante las acusaciones. Por ejemplo, yo me justifico presentando evidencias y argumentos acerca de mi inocencia. Cuando me justifico, me declaro justo o inocente. Así usamos esta palabra en el día a día, pero en la Biblia se usa de otra manera.
En nuestras versiones aparece la palabra justificar como traducción de una palabra griega, “dikaio”, que muchas veces hace referencia no a una declaración del ser humano sobre sí mismo, sino a una declaración divina. Por ejemplo, Romanos 5:1 dice lo siguiente:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;”
En este texto, y en otros más, el verbo se usa en forma pasiva. Cuando el texto dice “justificados”, o “habiendo sido justificados”, significa que no nos justificamos a nosotros mismos, sino que es Dios quien nos justifica. Cuando Dios justifica, Él declara que una persona es justa.
La palabra justificar se usa precisamente de esta manera legal o forense en varios pasajes bíblicos. Un ejemplo claro de este uso se encuentra en Romanos 8:33-34:
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
Cuando Dios justifica, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: justo y merecedor de los privilegios correspondientes. Aquí se contempla a Dios como juez, y el apóstol Pablo menciona dos veredictos que puede emitir. Uno es condenar. La condena es claramente una declaración legal de culpa. Cuando Dios condena, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: culpable y merecedor del castigo correspondiente.
Cuando Dios justifica, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: justo y merecedor de los privilegios correspondientes. De modo que la justificación es legal, puntual, y externa al ser humano. No se trata de un proceso de transformación interior.
El apuro del ser humano rebelde
¿A quién justifica Dios? De entrada, pensaríamos que Dios debe justificar a la gente buena. Puesto que Dios es un juez omnisciente, Él sabrá quién es bueno y quién no lo es y, siendo justo, suponemos que Dios debería justificar a las personas cuyo comportamiento es ejemplar e intachable, que son justas en sí mismas. No obstante, la Biblia pinta un cuadro muy oscuro de la humanidad y su injusticia. El apóstol Pablo, en la misma carta a los Romanos, declara lo siguiente:
“No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3:10-12).
Según el apóstol (y el Antiguo Testamento, del cual cita), no hay gente buena. Todos somos injustos, todos nos desviamos. Nos ofendemos los unos a los otros y ofendemos a Dios cometiendo injusticias a menudo, no solamente con hechos externos, sino también con actitudes y disposiciones internas como el egoísmo, el orgullo, y el odio. Si es así, ¿a quién puede justificar Dios?
Según la Biblia, Dios sí justifica a las personas. No a personas buenas, sino a personas “impías”, personas que precisamente no merecen ser declaradas justas, sino condenadas. ¡Esto es una muy buena noticia! Pero ¿cómo puede ser? ¿No está Dios quebrantando su propia justicia al justificar a impíos? (Proverbios 17:15).
La solución: la imputación
Si Dios no hiciera nada más, sería injusto. ¿Qué es lo que Dios hace para que su veredicto no sea injusto? Tenemos una pista en un texto que hemos considerado ya. Romanos 5:1 dice que por la justificación tenemos paz con Dios por medio de Jesucristo. La clave de la justificación es Jesús. Pablo amplía esta idea en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Es gracias a Jesús que Dios justifica al impío, y esto es así porque Jesús obedece y muere en el lugar del pecador. Jesús era perfectamente justo. Si ha habido alguien en la historia que no mereció morir, esa persona fue Jesús. Jesús no había pecado (“al que no conoció pecado”); no obstante, Dios le trató como pecador (“lo hizo pecado”). Lo hizo pecado “por nosotros”, es decir, en el lugar del ser humano. Lo hizo para que “fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.
Así, Dios puede justificar y satisfacer su justicia al mismo tiempo. Podemos resumirlo de esta manera: Dios trata a Jesús como impío (cuando Cristo muere en la cruz), y trata al impío como Jesús lo merece (cuando le son otorgadas todas las bendiciones de la vida eterna).
Dios realiza una transferencia doble: nuestro pecado se transfiere a Cristo, y la justicia de Cristo se transfiere a nosotros.
El rol de la fe
Ahora bien, no todo el mundo goza de este privilegio. ¿Quiénes son aquellos a quienes Dios justifica? Son los que creen, los que tiene fe: (…)” También hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
¿Qué papel tiene la fe exactamente en la justificación? ¿Podría ser que la fe misma nos hace dignos de la justificación? No, porque la fe, por definición, no es una obra. Es precisamente la única actitud humana que le dice a Dios: “Yo no puedo; necesito que tú me salves” (San Lucas 18:9-14). La fe mira fuera de sí, se concentra en su objeto y le abraza, confiando su destino a Él y aferrándose a su capacidad para salvar.
La fe, en este sentido, es como la mano vacía del mendigo que recibe una limosna. Extender la mano no le hace digno de recibir el donativo, sino que éste se da puramente por la bondad del dador.
¿Qué de Santiago capítulo 2? El apóstol Santiago empieza el pasaje diciendo: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago 2:14). ¿Cuál era el problema al que se enfrentó Santiago? Había personas que decían que tenían fe en Jesús, pero cuyas vidas no reflejaban esta fe de ninguna manera. Esta clase de fe, una fe que no transforma la vida, que no va secundada por hechos, es una fe que no vale nada. En cambio, el verdadero creyente es una persona que dice que tiene fe y lo demuestra por lo que hace. La fe que salva no es solo de palabras. El corazón dispuesto a confiar en Cristo también está dispuesto a obedecerle.
La clave para la vida cristiana
¿Por qué la fe no se encuentra sola en la vida de una persona justificada? Una de las razones es que la justificación por la fe, bien entendida, capacita para obedecer. Es contraintuitiva, porque parece que la justificación sin obras debería dar lugar al libertinaje y a la desobediencia. Sin embargo, la justificación por la fe sola resulta ser la clave, la única fuente duradera de motivación, y el patrón a seguir para vivir la vida cristiana.
La justificación por la fe es la clave para la vida cristiana porque le da al creyente el derecho legal de participar en las bendiciones celestiales, incluyendo la obra santificadora del Espíritu (Gálatas 3:6-14). La justificación por la fe es también el motor que impulsa la fidelidad a Dios porque garantiza ser aceptado por Él, lo cual libera al creyente para obedecerle radicalmente, incluso arriesgando su vida, confiando que Dios estará siempre con él y obrará todo para bien (Romanos. 5:1-5; 8:28-30).
Finalmente, la justificación por la fe provee el patrón para la vida cristiana porque en ella Dios muestra su misericordia y generosidad, lo cual motiva asimismo al creyente a mostrar misericordia y generosidad hacia los demás (San Mateo. 18:21-35). ¡Gloria a Dios por tan excelsa doctrina!
Por: Por Pastor David Díaz Bobadilla | Iglesia de Puerto Natales, Sector 33