“Si los ateos franceses rara vez se convierten en cristianos evangélicos, cuánto más raro es que uno de ellos se convierta en un teólogo cristiano evangélico”, así empieza su artículo Guillaume Bignon, el cual lo compartió en la revista cristiana Christianity Today.
La conversión de Bignon del ateísmo al cristianismo es según él “entre 66 millones de franceses, soy sólo una casualidad, una anomalía. Me inclino a ver esto como la obra de un Dios que dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia (Romanos 9:15)”.
En realidad Guillaume Bignon no venía de una familia atea sino cristiana católica que fue amorosa con él, sin embargo, la tradición religiosa y la superstición fue lo que alejó a Bignon de ser un católico así que cuando tuvo la edad suficiente para ser independiente se desligó de la creencia católica y según él comenzó a perseguir su propia felicidad.
“Se me permitió asistir a una buena escuela, aprender a tocar el piano, y participar en muchos deportes. Estudié matemáticas, física, e ingeniería en la universidad, me gradué de una respetable escuela de ingeniería, y conseguí un trabajo como científico de la computación en el área de finanzas.
En el área de los deportes, después de crecer y llegar a medir 6 pies 4 pulgadas, descubrí que podía saltar 3 pies de altura y terminé jugando voleibol en una liga nacional, viajando por el país cada fin de semana para los juegos”, dice el ahora teólogo evangélico que reside en New York con su familia.
Una mujer cristiana fue el enlace
Las posibilidades de que le predicaran a Bignon del evangelio “eran increíblemente escasas”, sobre todo por su vida de mujeriego, aun así en una ocasión cuando tenía unos 20 años “mi hermano y yo estábamos de vacaciones en el Caribe. Un día, caminando de regreso de la playa, decidimos pedir un aventón y ver si alguien nos llevaba de regreso a casa. Un carro se detuvo. Dos mujeres jóvenes visitantes de Estados Unidos estaban perdidas y necesitaban ayuda para llegar a su hotel. Por cierto, el hotel estaba justo al lado de nuestra casa, así que nos dijeron que subiéramos a su carro”.
“Eran lo suficientemente atractivas que mi radar lo captó de inmediato, y empezamos el coqueteo. La chica en la que yo estaba interesado mencionó de paso que creía en Dios— lo que para mis estándares era un suicidio intelectual. También dijo que creía que el sexo pertenecía dentro del matrimonio—una creencia aún más problemática que el propio teísmo, si eso fuera posible. Sin embargo, una vez que las vacaciones terminaron, yo volví a París, ella a Nueva York, y empezamos un noviazgo”.
Bignon quería desengañar a su novia cristiana para que se volviera atea, sin embargo, si quería refutar el cristianismo tenía que conocerlo así que él decidió leer la Biblia.
Una oración incrédula
“Si algo de esto es cierto, entonces podemos pensar que al Dios que existe le preocupa en gran medida este proyecto mío. Así que empecé a orar al aire: Si hay un Dios, entonces aquí estoy. Estoy buscándote en esto. ¿Por qué no respondes y te revelas conmigo? Estoy abierto. Yo no lo estaba, pero me di cuenta de que si Dios existía, eso no lo iba a detener”, dijo en esa ocasión Bignon.
Una o dos semanas después de la oración incrédula de Bignon uno de sus hombros comenzó a fallarme—sin que mediara un accidente o lesión evidente. Su hombro empezaba a arder después de diez minutos de iniciar cada práctica. Simplemente no podía clavar durante los juegos. El médico no podía ver nada mal, el fisioterapeuta tampoco, así que le dijeron que descansara su hombro y dejara de jugar voleibol durante un par de semanas.
Con sus domingos disponibles decidió asistir a una iglesia para ver lo que hacían los cristianos cuando se reunían. “Me dirigí a una congregación evangélica en París, visitando como se visita un zoológico: con el fin de ver animales exóticos de los que había leído en los libros, pero que nunca había visto en la vida real. Recuerdo haber pensado que si alguno de mis amigos o familia me podía ver en una iglesia, me moriría de vergüenza”.
¿Así que usted cree en Dios?
“No recuerdo una palabra del sermón. Tan pronto como el servicio terminó, me levanté de un salto y corrí hacia la puerta de salida, eludiendo cualquier contacto visual, para evitar así el tener que presentarme. Llegué a la puerta trasera, la abrí, y, literalmente, tenía un pie fuera de la puerta cuando una ráfaga escalofriante subió desde mi estómago hasta mi garganta. Me oí a mí mismo diciendo: Esto es ridículo. Tengo que resolver esto. Así que puse mi pie otra vez dentro del templo, cerré la puerta y fui directamente al pastor.
“Así que, ¿usted cree en Dios?”, “Sí”, dijo, sonriendo. “Entonces, ¿cómo funciona esto?” le pregunté.
“Podemos hablar de ello,” dijo. Después de que la mayoría de las personas se había ido, fuimos a su oficina y hablamos durante horas. Yo le bombardeé con preguntas, y nos volvimos a encontrar de nuevo por varias semanas. Él con paciencia e inteligencia explicó su visión del mundo. Y yo nerviosamente empecé a considerar que todo esto podría ser cierto. Mis oraciones incrédulas cambiaron a: Dios, si eres real, es necesario dejar en claro esto, para que yo pueda entrar y no hacer el ridículo. Empecé a tener la esperanza de que Dios abriera el cielo y me enviara una luz de lo alto”.
“Le pedí que me perdonara”
“Lo que siguió fue menos teatral y más brutal: Dios reactivó mi conciencia. Esto no fue una experiencia agradable. Al mismo tiempo que había comenzado mis investigaciones sobre Dios, yo también había cometido un delito particularmente siniestro—incluso aún para los estándares ateos. A pesar de que sabía exactamente lo que yo había hecho, lo había empujado hacia lo profundo de mi interior. Pero Dios lo trajo de nuevo a mi mente con toda su fuerza, y finalmente vi mi acción tal y como era. Me azotó un intenso sentimiento de culpa, me paralizó un dolor en el pecho, y me disgustó la idea de lo que había hecho y las mentiras con las que lo había tratado de ocultar”.
“Yo estaba tumbado de dolor en mi apartamento, cerca de París, cuando, de repente, por fin se me prendió el foco. Es por eso que Jesús tuvo qué morir: por mí. “El que no conoció pecado, se hizo pecado en mi nombre, para que en él fuésemos hechos justicia de Dios” (2 Co. 5:21). Él tomó sobre sí el castigo que yo merecía, para que en la justicia de Dios, mis pecados fuesen perdonados—por la gracia como un regalo, y no por mis buenas obras o rituales religiosos. Él murió para que yo pudiera vivir. Puse mi confianza en Jesús, y le pedí que me perdonara en la forma en que la Escritura prometió que lo haría”.
Guillaume Bignon regresó a New York con su novia pero después terminaron su noviazgo pues ambos se dieron cuenta que no estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, él comenzó a capacitarse yendo a conferencias, leyendo libros, participando en debates, luego decidió estudiar en un seminario teológico.
“Finalmente obtuve una maestría en estudios del Nuevo Testamento. En el proceso, conocí a una mujer maravillosa, nos casamos, tuvimos dos hijos y seguí mis estudios en un programa de doctorado en teología filosófica. Esta es la manera, en pocas palabras, cómo Dios toma un ateo francés y hace de él un teólogo cristiano. Yo no estaba buscando a Dios; ni lo busqué ni lo quería. Él extendió su mano, me amó cuando yo todavía era un pecador, rompió mis defensas, y decidió derramar su gracia inmerecida”.
Fuente: noticiacristiana.com