Por hermana Marisel Maldonado Menaez y familia.
Dios siempre tiene un propósito para cada una de nuestras vidas y, en su tiempo, él revela en nosotros las grandezas de su gloria.
Hoy quiero contarles mi testimonio.
Estando ya en la iglesia, y llevando años en este caminar nunca imaginamos que en cualquier momento podemos encontrarnos cara a cara con la muerte, es ahí donde reconocemos que somos polvo y dependemos solo de la misericordia de nuestro hacedor.
Junto a mi esposo, nuestra niñez y juventud la vivimos en la iglesia, en el 2012 nos unimos en matrimonio, y al año el Señor nos concede la bendición de dos hijos: Josué y Daniel. En el 2018 sorpresivamente recibimos la hermosa noticia de que seriamos padres por tercera vez.
Todo marchaba bien hasta ahí, planificábamos todo sin saber que es Dios quien ordena los pasos del hombre, hasta que un día Domingo del mes de Mayo de 2018, después de haber participiado de un hermoso servicio, teniendo 13 semanas de gestación, comienzo a sentir fuertes dolores en mi vientre, como síntomas de pérdida, a lo que según indicaciones medicas debía acudir rápidamente al hospital; Todo indicaba que la vida de ese bebé hasta ahí llegaba y solo quedaba ir a urgencia a confirmar la pérdida. Me sentía desconsolada de solo pensarlo. Ese día pedimos a nuestro pastor Luis Maldonado que orara por nosotros. Luego de orar me impuso las manos, cuando en medio de ese ungimiento y tomado por el Señor mi pastor ordena a ese útero retener al pequeño. En instantes y, para la gloria de Dios, ese bebé comienza a saltar y dar señales de vida. Era algo de locos, pero el Señor nos confirmaba que ese bebé nacería con vida y venía con propósitos grandes, pero sería con mucha dificultad.
Llegando al hospital se constata que tenía un problema grave del embarazo, informe: Placenta previa, quedando hospitalizada una semana.
Desde ese momento quedo obligadamente con reposo absoluto y en cama por los siguiente 6 meses restantes.
En medio de 3 hospitalizaciones debido a constantes y abundantes sangrados, un día viernes me envían a hacerme una ecografía de alta complejidad a Viña del Mar, mi placenta en el tiempo se complica y ya no era solo previa, sino que además oclusiva total (cubre todo el cuello del útero quedando propensa a desprenderse). El doctor habla conmigo y mi esposo, explicando que la operación es muy compleja, la realizaría un oncólogo ya que hay más órganos comprometidos y que habría que extirpar algunos órganos, lo mas probable era que se presentara una hemorragia y uno de los dos (el bebé o yo) no iba a sobrevivir.
Nuestro mundo quiso derrumbarse, pensábamos que sucedería con nosotros y nuestros hijos de 2 y 5 años si esto sucediera. En medio de la pena, llegando al templo nos arrodillamos y rogamos a Dios que no nos dejara solos en este difícil proceso, ya que él conocía nuestra situación. Fue así que decidimos aferrarnos con todo nuestro corazón y creer que en Él aún habían esperanzas para revertir todo, como dice su palabra, “Alzaré mis ojos a los montes, de donde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová.”
El dia sábado 18 de Agosto, la iglesia de La Calera a la cual pertenecemos, visita a la amada iglesia de Pudahuel que administra nuestro pastor Geremías Gajardo. Ese día nació en mi una fe de que algo había para mi en ese viaje y pedí ser llevaba en la condición que estaba a aquella visita. Tuve la oportunidad de cantar y en medio de esa alabanza Dios vuelve a hacer algo grande en mí, mi cuerpo temblaba y no sabía que sucedía; Dios estaba ordenando y arreglando esa placenta.
Pese a los milagros que el Señor hacia en mí, seguía la lucha con el desaliento y el temor ya que los sangrados no paraban y me ocasionaron una anemia severa.
Estando en una reunión en la iglesia, Dios habla a mi corazón y me dice: “Tu hijo se llamara Ezequiel”. Al buscar su significado decía: “Jehová es fortaleza”. Desde ahí comenzamos a entender el propósito de Dios.
Un dia miércoles 10 de Octubre siendo las 7:30 de la mañana, con 6 meses de embarazo, despierto y me sentía extraña; estaba rodeada de sangre. Mi esposo clamando al Señor en su corazón realiza una oración y me traslada en su vehículo al hospital de Viña del Mar a 40 minutos de camino sin saber si alcanzaríamos a llegar. Estando en la sala de preparación, tengo nuevamente una hemorragia, mi cuerpo reacciona mal a unos medicamentos y comienzo a convulsionar. Ese día los pabellones para cesáreas estaban llenos, por lo que tuve que esperar cerca de 10 minutos, que fueron claves para que mi cuerpo perdiera sangre excesivamente.
A todo esto, se agrega la falta de médicos disponibles y entro en pabellón. Comienza la cesárea de urgencia, cuando me vuelve ya la tercera hemorragia, mis latidos descendieron, la temperatura y todo alrededor comenzaba a verse lejano. El clamor que elevaba fuertemente antes de entrar pidiéndole a Dios que me cubriera con su sangre y no me dejara se hacía cada vez más débil. Me acordaba de mi familia, mis hijos. El clamor ya era en la mente, pero era difícil sostenerlos por la debilidad que tenía. En un momento de lucidez, veo como una película que pasa por mi frente y se reflejan las veces que fui al Local de Nogales cuando era niña y nos parábamos a predicar y a tocar una simple mandolina junto a mi hermana, mis padres y unos pocos hermanos en un local que casi nadie iba. Dios me demostraba en esos momentos que ningún trabajo en su obra es en vano, todo está en la memoria de Dios, hasta lo que parece mas insignificante. Cuando vi esa imagen grite dentro de mí: ¡Señor! Sé que no tengo méritos para exigir pero… por favor sácame de este hoyo que no puedo salir.
La junta de médicos me examinaban y sus rostros parecían nerviosos. Me transfusieron sangre dos veces, ya que me estaba muriendo por la excesiva pérdida de sangre y el bebé ya no tenía oxígeno, mi placenta se había desprendido completamente y el bebé posiblemente lo sacarían muerto. En esos momentos entra una persona con una apariencia muy serena y se para junto a los médicos sin hablar con nadie, parecía ser el principal, el que llevaba la operación pero nadie lo veía solo yo, saco a mi hijo del vientre, cerro mi operación calmadamente, y se fue. Paralelo a esto se desarrollaba en la iglesia la clase Dorcas donde mis hermanas mientras yo era operada oraban ferviente para que Dios obrara misericordia e hiciera su voluntad, lo que creo firmenmente que mi Dios escuchó también.
La operación había pasado yo había vuelto en sí, mi Dios había reprendido la muerte que rondaba al lado mío, sin embargo, recibo la noticia que mi bebé estaba grave en la UCI.
Pesando 1700 gramos, en incubadora, lleno de máquinas y tubos por su boca y nariz, se debatía entre la vida y la muerte, su diagnóstico fue muerte súbita, se nos moría varias veces al día. Fueron los días más tristes que como padres tuvimos que vivir, donde nada ni nadie puede hacer nada, sabíamos que solo Dios podía hacer algo por nosotros y nuestro hijo.
Fueron dos largos meses viajando día a día a aquel hospital, no sabíamos con qué noticia nos encontaríamos, escuchábamos alabanzas durante el viaje y a rato nos abrazábamos y llorábamos dándonos ánimo que pronto saldríamos de esta prueba con la ayuda de Dios. Las enfermeras nos preguntaban porque se llamaba Ezequiel y le respondíamos : porque significa “Dios es mi fortaleza”, él lo mantiene vivo y lo sacará de aquí.
La ciencia apuntaba a que si sobrevivía sería con secuelas y, tal vez, cargando con un tuvo de oxígeno por largo tiempo. Dios da un vuelco a la situación y Ezequiel, quien llegó a pesar 1300 gramos, comienza a mostrar una notable mejoría que asombraba a quienes vieron su estado. Mientras tanto, la iglesia nuestra oraba fervientemente, esperando el cumplimiento de la profecía entregada por labios del siervo del Señor que entraríamos por las puerta del templo junto a Ezequiel.
El Señor no tardó en cumplir esas palabras, y para la gloria de Dios, hoy puedo abrazar a mi hijo en mi hogar. Solo Dios sabe lo que vivimos en la intimidad familiar. Podemos reconocer que nuestro Dios es grande, temible, y en su fidelidad fue un amigo incondicional a nuestro lado. Agradecemos de corazon primeramente a nuestro Dios, y también a nuestros padres pastores, familiares cercanos, iglesia, al Sector 4 y todo aquel que oró por nosotros a la distancia.
Esperamos que este testimonio sea de mucha bendición para quien lo necesite como ha sido para nosotros el poder vivirlo. Si alguna vez decaes porque no todo es ideal como tú quisieras, recuerda que él es quien muda los tiempos, convierte la maldición en bendición, sequedal en ríos y, en su soberanía, sacará lo mejor de ti en esa prueba que estás pasando. Recuerda que los días no cuentan con noches eternas. Su palabra nos alienta diciendo:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” Jeremías 29:11
Para Dios sea tributada honra, gloria y alabanza.
Familia Blest Maldonado
Iglesia La Calera