La niñez y la adolescencia son dos etapas de la vida con diferencias bien marcadas psicológica como socialmente. El inicio de la pubertad marca este proceso de transición entre estos dos períodos, pasando del crecimiento físico y cognitivo al desarrollo de un pensamiento abstracto y multidimensional, preparándose así para cumplir los roles sociales propios de los adultos.
Las cifras son decidoras. Según el informe de “Depresión y otros Desórdenes Mentales Comunes” elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), un 5% de la población nacional mayor de 15 años tiene depresión, y un 6,5% tiene ansiedad. Estas cifras, tristemente, cada año van aumentando en vez de disminuir. Pero lo que antes era una realidad cuestionada o negada, pasó a ser una causa cada vez más frecuente. Y es que la Depresión Infantil y Adolescente cada vez está entrando con más fuerza.
De acuerdo a un estudio epidemiológico publicado en 2012, el 3,1% de los suicidios se concentra en niños de 4 a 11 años, y 7,0% en adolescentes de 12 a 18 años. Los trastornos emocionales y anímicos se manifiestan en la primera infancia y muchas veces están relacionados con la dinámica familiar, el apego y las competencias parentales. El estudio también asegura que la tasa de suicidios infantiles y adolescentes es mayor en mujeres que en hombres (3,4% en hombres y 6,9 en mujeres de 4 a 18 años).
Las razones pueden ser muchas y cada una más relacionada con la otra. La crianza nos puede dar luces de esto, puesto que si un niño o adolescente causa daño (tanto física como psicológicamente) a un igual, la mayoría de las veces son a causa de la mala crianza o la poca preocupación de los padres hacia los hijos. Países como Islandia, por ejemplo, han logrado terminar con el abuso de drogas. Se han propuesto darle una hora de calidad al día a los hijos diariamente. Sin distractores, solo escuchándolos, con suma atención, lejos del celular y poniendo atención en los gestos y conversaciones. Eso mismo, a juicio de algunos profesionales en el área, podría implementarse para ayudar a la salud mental de los menores.
Otro de los lugares donde el bullying se siente con mayor fuerza es en el ambiente escolar. Sentirse fuera de lugar, no sentirse querido, sentirse solo, las molestias, los insultos y las reacciones heroicas frente a todo tipo de abusos son mayoritariamente manifiestas en colegios y liceos. La capacidad de aguantar este tipo de abuso tiene un límite y llega un momento en que el joven afectado ya no encuentra sentido a la vida y simplemente pierde la esperanza. Los especialistas llaman a estar muy alertas a cómo se sienten los estudiantes.
Son tiempos en que el bullying, el maltrato y el abuso están cada vez más visibles. Debemos preocuparnos de las señales que los hijos entregan a sus padres. Mejorar la comunicación, sentarse a conversar, darle tiempo a los hijos sin interrupciones ni distracciones, salir a pasear con ellos, es vital para la salud mental de niños y adolescentes. Alguna de estas acciones pueden marcar la diferencia.
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Escrito por: Hno. Diego Gárate Sanfuentes | Corresponsal Sector 10
Para Sección Actualidad / Sitio Web IMPCH