Nació un 16 de Septiembre de 1932 en la hermosa comuna de Codegua. Desde muy pequeña comienza a congregarse y a servir a Dios, en compañía de su familia. Siendo aún un bebé, fue presentada ante la presencia del Señor y desde ese momento, nunca se apartó de sus caminos.
Sus padres, Alamiro López Álvarez y Graciela Vargas Guevara, fueron quienes le instruyeron disciplinadamente en los caminos del Evangelio, llevándola cada domingo a la Escuela Dominical y asistiendo continuamente a los servicios espirituales. Desde muy pequeña, su padre le enseñó que todo lo que ella anhelara para su vida se lo pidiera al Señor, mostrándole así el camino para depender de Él. Es así como ella, se arrodillaba a orar en secreto a su Padre Celestial, para que él concediera las peticiones de corazón, poniendo en práctica toda su fe.
La “Titita del Pedrero”, como le decían en ese entonces, se destacaba entre sus compañeras de Colegio por ser una joven de carácter fuerte, un tanto peleadora pero muy querida entre sus pares; pues tal y como ella recuerda, les cantaba alabanzas y les enseñaba coros a sus profesores y compañeras. Así también, les invitaba a participar de la Iglesia, comenzando a ganar almas para Cristo.
Luego de experimentar el gran amor de Dios, la hermana Lidia conoce a quien sería el amor de toda su vida, el joven Bernardo Toledo Lastra, quien era un hombre muy cotizado, según rememora ella. Todo comenzó cuando, tras la muerte de su padre, la hermana Lidia se fue a trabajar a Santiago, con su hermana mayor. Bernardo, en ese entonces, trabajaba en una bencinera en la misma comuna. La historia cuenta que en un principio, el joven habría puesto los ojos en la hermana de Lidia. Sin embargo, en el momento en que él la vio, adornada de un hermoso pelo largo y una cinta negra en su cabello, supo que Lidia era la mujer que él quería en su vida. Luego de enamorarse uno del otro, el joven Bernardo comienza a asistir a la Iglesia, pues era una condición impuesta por la familia de la joven, para llevar a cabo la relación entre ambos. Es así como Dios comienza a trabajar, desde muy temprano, en su propósito de llevarlos al Pastorado.
Tras estar de novios, un 27 de Mayo de 1950, Lidia y Bernardo procedieron a unir sus vidas para siempre, siendo aún muy jóvenes, con tan solo 15 años, se prometieron compañía y fidelidad hasta que la muerte les separara. Fruto de esa relación nacen siete hijos: Bernardo Salvador, quien fallece con 8 meses de edad; Bernardo Narciso, Ana María, Teresa de Jesús, Esdras Jeremías, Moisés Elías y Tabita. Quienes recuerdan a su madre como una mujer muy cariñosa y abnegada a su hogar.
Luego de un tiempo, Dios habla a la vida del joven matrimonio; El Señor tenía un ministerio muy grande preparado para ellos, pero no debían temer, pues Él iría al frente de sus vidas. En un comienzo, Lidia pensó que solo seguirían alabando a Dios en la Iglesia, como siempre lo habían hecho. Sin embargo, ella nunca imaginó que la voluntad del Señor era otra; que ellos llegaran a ser Pastores.
Tras llevar cinco años de casados, en 1955, la hermana Lidia y el hermano Bernardo se convierten, oficialmente, en pastores de la Iglesia Metodista Pentecostal de Quillota. Y luego de varios años ministrando en ese lugar, son traslados, el 30 de Mayo de 1968 a la Iglesia Metodista Pentecostal de Penco.
El trabajo en el ministerio de la amada Pastorita Lidia fue muy hermoso, pero a la vez muy arduo. Ella no solo se preocupaba de sus hermanos y las actividades de la Iglesia, sino que también atendía al necesitado. Pues muchas personas, entre ellas hermanos y vecinos, llegaban hasta su hogar pidiendo alimentos y así también una palabra de aliento, la cual nunca faltó en los labios de la sierva de Dios; dando ejemplo de ser una mujer muy caritativa y demostrando el gran amor de Dios.
La Pastora Lidia se destacaba por su elegancia, siempre bien vestida y muy preocupada de su persona. Las pastoras le recuerdan como una mujer muy atenta, quien siempre repartía caramelos entre ellas, además de llevar consigo algún presente al lugar donde ella asistiera.
La amada sierva de Dios fue el puntal de su esposo, ya que siempre estaba preocupada de ayudarle en lo que fuera necesario. Una anécdota que muchos recuerdan es que todos los años, en temporada de invierno, el Templo Central de la Iglesia de Penco se inundaba. Siendo este el contexto en el cual la Pastora Lidia, provista de trapero y de lo que fuera necesario, se encargaba de secar el templo; limpiando y sacando alfombras hasta la una de la madrugada, para que así se pudieran realizar los servicios y la obra del Señor no se detuviera.
Hasta sus últimos días la Pastorita Lidia continuó aconsejando a sus hermanos, enseñándoles con mucho amor que sean fieles a Dios, que asistan a la Iglesia y que cuiden, por sobre todas las cosas, su salvación. Una mujer que añoraba estar en los atrios del Señor y quien ha sido un ejemplo del amor de Dios.
Ella recuerda con mucha emoción los momentos vividos en la Iglesia y señala que lo que más amaba era cantar. “Yo prefería cantar dentro de la Iglesia en vez de llorar”, son sus emocionadas palabras. Muchos se asombraban de ver que la sierva de Dios entonaba con mucho gozo y regocijo cada alabanza del himnario. No solo a través de su voz, ya que se expresa a través de sus manos, sus ojos, sus gestos y todo su ser, pues aún en su corazón permanece el deseo intacto de servir a su Dios.
“Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas. Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos.” (Proverbios 31. 29-31)
Mariol Fuentealba Parra
Marcelo Jara Yissi
Corresponsales IMPCH Penco