Por hermano Pablo Villouta Cabrera.
Cuando falleció nuestro Obispo Mancilla, un día como hoy, 8 de agosto, yo tenía 11 años de edad. Lamentablemente, no alcancé a conocerlo pero a medida que crecí siempre me causó interés saber más de la estampa de este siervo de la novena región, que ministró nuestra Iglesia Metodista Pentecostal de Chile durante 20 años.
Fue para la Conferencia Anual e Internacional de Temuco del 2015 que tuvimos la bendición de presentar su vida y obra a una nueva generación por medio de un inédito documental. Pastores y hermanos conocimos más de este noble siervo, ya no sólo en fotografías sino también con entrevistas de pastores de esa generación, en grabaciones de video. Pero donde más hemos aprendido acerca del legado de nuestro Obispo Mancilla ha sido a través de los numerosos escritos que dejó estampado en la Revista Chile Pentecostal, y desde 1979, en nuestra Revista La Voz Pentecostal. De su puño y letra admiramos su vasto conocimiento teológico y doctrinal que mantuvo hasta el final de sus días.
Cuando han transcurrido treinta años de su partida a la presencia de Dios, rendimos un sentido homenaje a este varón erudito en la Escritura Sagrada, que gobernó con sabiduría, sencillez y templanza los destinos de nuestra Iglesia.
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A continuación, compartimos uno de sus escritos: RINDIÉNDONOS A CRISTO, del año 1968.
“Una de las cosas más difíciles, pero al mismo tiempo necesaria si realmente deseamos que nuestras vidas sean útiles y fructíferas, es el rendirnos a Cristo. Mil veces se ha repetido que si una persona desea tener una vida victoriosa, dos cosas ha de hacer: rendirse y tener fe.
Allí está la parte que al hombre le toca hacer, y parte que Dios le cumple obrar. Es indispensable decir un absoluto adiós a todo pecado conocido y librar nuestra voluntad de todo apego a todo lo ilícito. Con este preliminar, podemos esperar que nuestra entrega a Dios sea real. La rendición verdadera consiste en dejarse dominar por completo por el espíritu de Cristo. Si dependemos de nosotros mismos vemos como muchas veces el viejo hombre se asoma con toda su triste figura. El nuevo hombre está crucificado juntamente con Cristo y el rendirse significa experimentar “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
El rendirnos a Cristo implica tres cosas bien definidas: dejar el pasado, el futuro y el presente pecaminoso. No se trata de rendir nuestras posesiones, nuestro patrimonio o nuestra heredad. Significa más que eso: rendirnos a nosotros mismos, conforme demanda Romanos 6:13. “ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”.
El pasado se resume en que Dios nos ha perdonado todo lo que fuimos e hicimos. Leemos en efecto en Hebreos 8:12, “Nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades”. Esta expresión de Dios nos justifica para no volver más al pasado ni consagrarle el menor recuerdo. El pacto que el Señor hace con nosotros se basa precisamente en este hecho misericordioso de que “nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17).
Implica también dejar en sus manos el FUTURO. Si estoy en las manos del Señor, cierta y seguramente en sus manos, manos de Creador y de Señor Todopoderoso, manos que dominan sobre el viento, los mares y la naturaleza en general ¿Por qué debo preocuparme del mañana? El mismo dice: No os afanéis por el día de mañana…No estéis en ansiosa perplejidad…No os afanéis ni por vuestra vida ni por vuestro cuerpo…Basta al día su afán. El PRESENTE, pues, el día de positiva victoria para el que se halla rendido, realmente rendido a Cristo. El lenguaje del presente es: Una cosa hago: Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante prosigo al blanco…
El objetivo del presente en consecuencia, es el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús. El destino del presente es “las cosas que para mí eran ganancia he las reputado pérdidas por amor de Cristo. Y ciertamente, aún reputo todas las cosas perdidas por el eminente conocimiento de Cristo Jesús mi Señor; por amor del cual lo he perdido todo y téngalo por estiércol, para ganar a Cristo”. La meta del presente es finalmente: “prosigo por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús”.
LAS TENTACIONES. Hay algunos errores que corregir sobre este asunto de las tentaciones. En primer lugar, el hecho de rendirnos al Señor no quiere decir que desde ese instante entramos en una especie de sopor o de inacción. El rendirnos a Cristo no es empezar una vida de ocio espiritual o una era de pacífica sujeción a las cosas que vengan. Por el contrario, es cuando comienza la verdadera batalla. No hay campo para la no resistencia. Las tentaciones zumbarán en nuestro oído como nunca antes; nuestros ojos querrán ver lo ilícito, más que antes; nuestras mentes entrarán en una tremenda revolución entre el bien y el mal; nuestros pies se pondrán más ligeros para resbalar hacia el mal. Pero hay que pedir de Dios una espina dorsal muy fuerte y resistente. Las almas que tienen la flexibilidad del caracol o son como los peces, sin resistencia dorsal, caerán fácilmente. El segundo error consiste en creer que el diablo ha de tentarnos siempre preguntándonos cosas repugnantes y feísimas figuras. El diablo es el antiguo “ángel de luz”, Luzbel. Para atraer a las almas no les tienta mostrándoles por ejemplo cadáveres en descomposición, fieras que llenan de pánico: ¡No! Su voz parece meliflua, nos silva, al parecer, tonos, sentimentales al oído; presenta cuadros deleitosos a nuestra vista. Pero una cosa, sí, es cierta e inconfundible. Todo lo que él nos ofrece es para agradar a la carne y hacer sufrir al espíritu. Amigo lector, ¿Te has rendido a Cristo? ¿Es tu vida una continua zozobra? Busca a Cristo, ríndete a Él, y, gozarás en su contacto la más grande victoria”.
Obispo, Mamerto Mancilla Tapia