Artículo preparado por Lukas De La Hoz Jofré
Dios nos da muchas añadiduras a lo largo de nuestra vida, como nuestros talentos, habilidades, conocimientos, etc. Pero sin duda, algo que nunca debemos perder es nuestra humildad y el deseo de dejar el nombre de Cristo en alto. Esto lo sabía muy bien Johan Sebastian Bach, uno de los más grandes compositores en la historia de la música, que a pesar de ser un prodigio siempre su objetivo fue dejar a Dios como el protagonista principal de su éxito.
Johan Sebastian Bach nació el 21 de marzo de 1685 en Eisenach (Turingia, Alemania), su vida se desarrolló dentro de una familia con mucha tradición musical donde habían grandes compositores e intérpretes pero que no habían alcanzado un gran reconocimiento, excepto en Turingia donde su reputación de músicos era bastante predominante.
A los 9 años queda huérfano, criándose con su hermano, sin embargo, esto no fue impedimento para que se introdujera en el mundo musical y así con su esfuerzo y perseverancia, llegar a ser unos de los más grandes compositores de la historia. Fue un gran organista en diferentes lugares como en la iglesia luterana de Santo Tomás (donde actualmente están sus restos), entre otras iglesias y cortes de Alemania, tratando siempre de entregar su talento a Dios.
Algo que destacaba a aquel compositor esa su humildad y sencillez, nunca estuvo atraído por el estrellato, la fama o la fortuna. Una de sus frases más recordadas fue “el único propósito de la música debería ser la gloria de Dios y la recreación del espíritu humano”, y tenía mucha razón. La música deber ser para engrandecer el nombre de Dios para que así pueda haber un cambio o una renovación en el espíritu del hombre.
Bach llegó a puestos muy importantes como ser el Kapellmeister (Maestro de capilla) de la corte del príncipe Leopoldo, pero poco tiempo después prefirió ser el encargado de la música en una iglesia de Leipzig. Quizás el cargo que tenía ahora ya no era tan importante, pero estaba haciendo lo que lo llenaba que era entregar su música a Dios. Es más, en cada final de sus obras dice “Soli Deo gloria” (Solo a Dios la gloria) dejando en claro que su mayor deseo era dejar a Cristo como la principal razón de su éxito, porque no por sus habilidades era lo que era, sino que, por la misericordia de Dios.
Es así como vemos un gran ejemplo a seguir, que a pesar que seamos muy talentosos nunca dejemos de dar honra y gloria al que nos dio esos dotes. En Apocalipsis 4:11, la palabra de Dios nos dice “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. Nuestra dependencia es netamente de él y es por eso que le alabamos y engrandecemos su nombre, porque nos miró con misericordia para obtener tan hermosas bendiciones. Por eso, adórele a Dios con un corazón humillado, Dios honra a los que le honran y preocúpese cada día de estar ¡Al Son de Dios!